Guelaguetza: Botín y folklore
“¿Todos los palacios ilustres rebosan
de sirvientes soberbios?”
Juvenal, Sátiras, Libro I, Sátira V, 65, p. 85
1).- Al atraco vil
La llamada fiesta máxima de los oaxaqueños, La Guelaguetza, no ha sido la excepción en los vaivenes sexenales. Cada régimen le impone su propio sello. Desde 1932 que nació como “Homenaje Racial” hasta nuestros días, ha tenido más enmiendas, cambios y reformas que las que pretende la dupla AMLO/Claudia Sheinbaum hacer en nuestra Constitución. Hasta el gobierno de Pedro Vásquez Colmenares/Jesús Martínez Álvarez (1980-1986), tal vez, nuestro espectáculo folklórico era conocido como “Lunes del Cerro”. Por alguna ocurrencia de esos folkloristas o costumbristas que aquí abundan, lo bautizaron con el mismo nombre del auditorio en donde se celebra. Sus complementos: “la Octava”, el “Bani Stui Gulal” y “Donají, la leyenda”, ya se venían arrastrando de atrás, aunque sin rigor histórico. Y, por supuesto, el controvertido “Comité de Autenticidad”.
Cuestión de enfoques -o más bien de interés monetario-, durante el gobierno de Ulises Ruiz ya no fue sólo un evento por lunes, sino dos. Matutino y vespertino. Era -se decía- para que más personas -turistas, sobre todo- -pudieran disfrutar del espectáculo. En el régimen de Alejandro Murat se comercializaron los palcos “C” y “D”, que siempre fueron gratuitos para el populacho. Se dijo que los recursos obtenidos se canalizarían al DIF -según Pericles-. La excesiva comercialización, la banalización del evento y el boyante negocio, tanto en la contratación de empresas para vender los boletos y la clonación, como su renta a la bolsa de funcionarios, metió a los gobiernos en un brete. El costo en el mercado negro, en la reventa o en plataformas digitales, rebasó cualquier expectativa.
2).- Mutaciones e invenciones
El sello del gobierno de Salomón Jara no se ha hecho esperar. Desapareció el “Comité de Autenticidad” para sustituirlo por comités comunitarios. Desde 2023 se restituyeron al pueblo -que no puede pagar la entrada- los palcos que históricamente eran gratuitos. En el discurso oficial, se trata de devolverle a La Guelaguetza su esencia, autenticidad y originalidad indígena. Pero no ha sido fácil. Sigue como un evento elitista. Hace un año, la titular de Turismo, Saymi Adriana Pineda, le añadió hasta caballos a las calendas, para paliar su incurable histrionismo. Al amplio directorio de desfile de delegaciones, convites, eventos culturales y un racimo de ferias y festivales, le agregó uno más: el Festival del Antojo. En cada uno exhibió sus modelitos de “Pior”.
A todo ello hay que agregar la presencia de delegaciones que, al menos en el historial de esta muestra folklórica, jamás han participado. Otras más que incorporan elementos extraños a nuestra esencia multicultural. Chaparreras, látigos y máscaras, sin descartar al infalible “Tiliche”. Se insiste en hacer un espectáculo soso, aburrido, con la incorporación de bodas, bautizos y mayordomías. Coreografías repetitivas e inclusive la presencia de bailes similares. Todo ello, aderezado con una capital con calles cerradas para las ferias artesanales, el comercio en la vía pública -el boyante negocio municipal- y ahora con exposiciones ad hoc, como los gigantes en el Centro Histórico, que nada -insisto, nada- tienen que ver con nuestra cultura. Y el silencio de un Secretario de Cultura, Víctor “Cata”, a quien le quedó el cargo más grande que el saco de “Clavillazo”.
Colofón:
Nuestra fiesta máxima sigue vista como botín, no sólo de prestadores de servicios abusivos sino de organizadores y funcionarios; concejales, empleados e inspectores de medio pelo. Y obvio, de restaurantes de moda -en la lista o con estrella Michelin-, hoteles que no cumplen con los estándares de calidad, fondas y puestos callejeros que cobran precios excesivos, el fraude de la cocina tradicional, la falacia de lo ancestral, de los mitos del mezcal, del alebrije, el quesillo, el tejate, la tlayuda o la empanada de amarillo. Una vil explotación de aquello que, con mucho orgullo decimos, la expresión más viva de nuestra esencia multiétnica y pluricultural. Sólo se salva el inolvidable perro “Mazapán”, cuya espontaneidad para hacer movimientos de baile, era más por el ruido de los cohetes que por inercia artística.
BREVES DE LA GRILLA LOCAL:
— Un reconocimiento a mi amigo Cipriano Flores Cruz, que no se ha dado tregua para seguirnos aportando obras sobre la actualidad política del país y, particularmente, sobre los pueblos originarios, con los que el actual régimen deja una gran deuda. La obra: “Ya no queremos pedir permiso”, presentada el pasado 17 de julio, por Aurora Bazán (Tejedora zapoteca) y Griselda Galicia, (Socióloga mixteca), aborda el fondo de ese orgullo y dignidad que se resisten a morir.
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